En pleno siglo XXI, la tecnología atraviesa todos los aspectos de nuestra vida: la manera en que trabajamos, estudiamos, nos comunicamos y hasta cómo nos entretenemos. Sin embargo, no todos los jóvenes tienen las mismas oportunidades de acceso a esas herramientas, y eso genera lo que conocemos como brecha digital.

La brecha digital no se refiere solo a tener o no una computadora en casa. Incluye también la calidad del acceso a internet, la disponibilidad de dispositivos actualizados y, lo más importante, el acompañamiento educativo para aprender a usarlos de manera productiva. Mientras algunos estudiantes crecen con facilidades para explorar nuevas plataformas y adquirir habilidades digitales, otros quedan rezagados porque su contexto económico, geográfico o institucional no les brinda las mismas oportunidades.
Esta desigualdad impacta directamente en el ámbito escolar: los jóvenes que no dominan competencias informáticas llegan a la universidad o al mercado laboral con una clara desventaja. El sistema, muchas veces, da por sentado que todos manejan las mismas herramientas digitales, cuando en realidad no es así.
Cerrar la brecha digital debe ser una prioridad educativa y social. No se trata únicamente de repartir dispositivos, sino de garantizar conectividad estable y programas de formación que acompañen a los estudiantes en el desarrollo de habilidades digitales críticas. Desde el nivel secundario, todos deberían tener las mismas posibilidades de acceder al conocimiento y a las oportunidades que ofrece el mundo digital.
Reducir esta desigualdad no solo beneficia a los jóvenes individualmente, sino que fortalece a la sociedad en su conjunto, promoviendo mayor inclusión, innovación y competitividad.